viernes, 23 de septiembre de 2011

Somos estrellas fugaces en noches de verano


          Tendemos a imaginar a nuestras vidas como senderos que serpentean, a veces por suaves colinas que nos conducen por valles luminosos; o por escabrosos riscos en la noche. Veredas siempre largas que se entrecruzan formando una red de sendas y destinos y que, en ocasiones, algunas, al cruzarse, modifican su trazado y discurren paralelas.

          Hay quien imagina que las vidas son navíos, con velas desplegadas al sol de muchos mares, henchidas por variados vientos que conducen nuestras naves por tranquilas aguas calmas, o por los procelosos mares de la incertidumbre; y a veces ocurre que dos navíos se encuentran y navegan, vela a vela, aprovechando los mismos vientos que los empujan, en la misma travesía, hasta un seguro puerto para fondear unidos para siempre.


          Pero no es así. Nuestras existencias son como estrellas fugaces que, en las noches serenas del estío, cruzan por lo oscuro, breves como un latido, tenues como la neblina, cortas como un suspiro; y si no se está atento al firmamento, si algo te distrae, tan sólo un instante, un segundo infinito, entonces la vida se te escapa y te la pierdes.

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