miércoles, 5 de octubre de 2011

Los niveles del amor

   En el amor, como en masonería, existen tres grados, tres niveles, tres peldaños que debemos subir, inexorablemente, si queremos cruzar la meta de la felicidad compartida:

  • Aprendiz
  • Compañero
  • Maestro
   Y no es posible alcanzar el siguiente  sin haber pasado antes por los anteriores; no importa tanto el tiempo utilizado en el camino; lo esencial es alcanzar el tercero y no detenernos en cualquiera de los dos primeros. Porque nos convertiremos en aguas estancadas que nos impedirían ser río en movimiento que oxigene el agua y porte la vida.

   En el primer niver despertamos del sueño de la infancia y abrimos los ojos curiosos a un mundo nuevo de sensaciones que, por desconocidas, nos desconciertan y a la vez, por novedosas, nos atraen como polillas a la luz, en las cálidas noches de verano.

   Miramos, escuchamos, olemos, absobemos todo con la ansiedad del hambriento, con nuestros sentidos desplegados como velas al viento, como girasoles ávidos de la luz y el calor, como corales en un mar que, poco apoco, nos descubre su color y sus secretos.

 Todo nos atrae y nos sentimos deliciosamente presos de un olor o de unos ojos que nos sonríen cuando nos miran. Apenas balbuceamos el código del amor, como torpes aprendices que, no sabiendo ni leer, ni escribir, no hayan los vocablos adecuados para describir lo percibido.

   El escalón de compañero se corresponde con el de pedir, reclamar, necesitar. Nos convertimos en el centro de atención en el que convergen todos los vectores y, así, necesitamos el calor de la pareja, su apoyo, sus caricias, su mano que nos facilite el tránsito y nos allane el sendero de las dificultades.

   Te quiero es la expresión más usual del grado. Te quiero, te necesito, me haces falta...como símbolos expresivos de esta estapa, algo egoísta, en la que nos convertimos en el centro de gravedad de nuestra vida sentimental y por la que hemos de pasar de puntillas, para no anclarnos en ella y ser eternos demandantes de afecto para nuestra propia y futil felicidad; construída sobre los escombros de lo que fué una vez el amor.

   Pero caminante, si traspasas la puerta de la maestría, descubrirás un mundo en el que abandonas la crisálida en la que estabas atrapado, para metamorfosearte en un nuevo ser en el que pasas de ser objeto, a ser sujeto activo en un mundo en el que la felicidad no se obtiene por tu propia satisfacción, sino a través de la felicidad del otro.

   Los vectores cambian su orientación y ya no llegan a ti, sino que parten de ti en la dirección inequívoca del ser amado.

   Te amo es la palabra del grado; la llave secreta que nos permite acceder a recámaras antes desconocidas en el edificio que construimos; compartiendo la playa tranquila y serena, de blanca arena, con la seguridad plena de que ninguna tormenta nos hará naufragar en el mar de la incertidumbre y fondees, por fin, en la mítica Ítaca.

© Texto

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