Lo tebeos y el cine nos han acostumbrado a imaginar a los héroes como seres extraordinarios que, con capa y poderes sobrenaturales, vencen a los villanos en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, sin importar lo malvado que "el malo de la historia" sea.
Pero los verdaderos héroes son de carne y hueso, y en la adversidad sufren, lloran, caen y se levantan.
Los tenemos cerca, más de lo que pensamos. Basta echar una mirada a nuestro alrededor.
Son aquel desempleado que se levanta cada día para buscar trabajo, en medio del desierto que la crisis nos ha dejado y hace juegos malabares para llegar a fin de mes y alimentar a su familia; el africano que vende pañuelos en un semáforo, bajo el tórrido sol del verano o soportando la lluvia y el frío; y que se jugó la vida a cara o cruz en la ruleta rusa de una patera para poder llegar a una Europa en que la marginalidad en que está sumido, es un paraiso si lo comparamos con la realidad de su país; o los que, como mi amigo Manuel, han luchado contra la enfermedad, cuerpo a tierra y balloneta calada en el alma, en solitario (porque a la muerte se la enfrenta uno solo, mirándola a la cara) y la han vencido, en la prórroga y por penaltis.
Esos sí son mis verdaderos héroes cotidianos y son a los que me quiero parecer.
Tipos como mi amigo Manuel.
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